Hoy es, sin lugar a dudas, un día muy muy muy importante en Colombia y debería serlo en toda América Latina. Que sea el más importante de los últimos 60 o 100 años está aún por verse, pero ya es lo suficientemente grande e importante como para merecer bellas celebraciones y mayores esperanzas.
Quien me conoce, sabe que soy profundamente escéptico y pesimista, que siempre detesté y que nunca creí en FARC, gobierno, paramilitares, etc. Pero hoy no se puede desconocer lo que sucede y no podemos dejar que mañas, miedos y odios personales nos oscurezcan la visión.
Estamos lejos aún del fin del conflicto armado, y ciertamente no es este el último día de la guerra -como ha sido publicitado-. Pero mucho menos es una farsa o una payasada. Es una puerta que nunca jamás en la vida tuvimos la capacidad de abrir.
Hoy se ha firmado en La Habana un acuerdo de cese bilateral de acciones bélicas entre las FARC y el gobierno colombiano, entre otras cosas, que comienzan a viabilizar de hecho un acuerdo definitivo de paz.
http://www.semana.com/nacion/articulo/cese-al-fuego-y-proceso-de-paz-acuerdo-completo-entre-gobierno-y-farc/478986
Lo que se nos viene encima es un trabajo enorme para comenzar a imaginar y a sentir un país, unas relaciones y economías, un lenguaje que no sean los de la guerra. Un mundo diferente al de seis generaciones, para los que la guerra y el odio se constituyeron en la estructura fundamental de sentido. Un país que construyó todos sus argumentos con base en la guerra, en el que "la guerra" -y a veces, de manera más pobre, las FARC- se constituyeron en la última categoría explicativa para cientistas sociales, economistas, políticos, padres, psicólogos, comunicadores sociales... Un país en el que mucha gente lucró ferozmente alimentando la guerra mientras hombres y mujeres jóvenes y pobres morían y mataban, torturaban y eran torturados masivamente.
Este proceso que ya lleva 4 años y que apenas comienza requiere de todos nosotros, de nuestra fe, de nuestra fuerza, de nuestras mejores cabezas y corazones, de nuestras críticas y análisis, de nuestra música, de nuestra más bonita capacidad de bailar. Requiere de cosas terriblemente difíciles cuando uno crece en la guerra: capacidad de escuchar, de pedir perdón y de perdonar, capacidad de pensar más allá de la supervivencia del día y de nuestro pequeño grupo, capacidad de donar tiempo, cariño y dinero, capacidad de perder, capacidad de tener paciencia, capacidad de mirar para otros referentes...
No acabó la guerra, y es importante que lo tengamos claro. Habrá muchas traiciones y retrocesos, habrá muchas trampas puestas por gente a la que la posibilidad de la paz les produce un terrible miedo o una rabia visceral. Habrá cansancio y habrá sensaciones de fracaso. No todo será tan justo como nos gustaría, ni nuestros deseos de venganza se verán satisfechos. No será un mundo feliz ni los problemas del país se solucionarán. Pero es lo mejor que podemos hacer, y no es poco. En realidad, puede ser el momento más importante de nuestra historia, pues se abre la posibilidad de pensarnos nuevamente desde otros puntos de vista. Y debemos seguir, debemos dejar de lado lo (y los) que nos empuja a revolcarnos en el lodo, en los pozos de esa sangre que nunca coaguló porque nunca se enfrió.
No quiero aquí hablar de la guerra que conocí muy de cerca. No quiero convencer a nadie de que la guerra es terrible, de que tiene dueños que de ella lucran y de que la intensificación de la guerra para acabar con la guerra no apenas no tuvo éxito sino que produjo mucho más sufrimiento. No creo que oponerse al proceso de paz sea un resultado de falta de conocimiento. No quiero tampoco hablar de una paz que no conozco; apenas de un proceso, de un camino y de una puerta que no podemos desperdiciar.
Es hora de jugar como equipo. Es hora de buscar mejores informaciones, de mirarnos en el espejo y desmontar nuestros dispositivos de odio y desprecio. Es hora de comenzar nuevamente. De mi parte, pondré lo que más pueda para que este proceso sea lo más transformador posible.