segunda-feira, 6 de outubro de 2008

ACADEMIA EL GATO

Renunciando al pensamiento moderno de que los perros, asnos y demás bestias no son sujetos de derechos, Guillermo Amnesio Taborda Ordúz, mejor conocido como El Gato, decidió abrir una escuela para desdomesticar animales.

Gatos, loros, ratones, perros y peces, desaprenden allí cuanta basura les han instruido sus amos con técnicas de premio y castigo. Aprenden a no decir “quiere cacao” a menos que, efectivamente, quieran cacao; a no hacerse los muertos a menos que quieran evadir alguna responsabilidad; a no cantar quiquiriquí si la temperatura y el color de la mañana no lo ameritan. “¡No más luces artificiales para dormir menos y poner más!”, fue la consigna de una gallina al terminar el curso.

El proceso de transformación comienza con la voluntad del amo por liberar a su mascota, o con la solicitud expresa del animal, consentida o no por su dueño. “Es el fin de la esclavitud para todas las especies”. Luego entra en juego la asunción de las consecuencias que implica dejar de ser mascota. Es decir, que el animal, en pleno uso de su autonomía, decida abandonar comodidades y afectos tibios, para acceder al fragor de la libertad. “La desdomesticación no es un proceso sencillo ni agradable -explica El Gato-, el sujeto tiene que dejar algunas cosas atrás, como la casa de madera, los mimos de la tía Isabel a través de la jaula, las galletas gringas cuando hace algún truco. Evidenciar, para transformar, cómo ciertas conductas naturalizadas son en realidad mecanismos artificiales de dominación. En fin, es un proceso de independencia, complejo y dignificante, como todos”.

En medio del rotundo éxito –que incluye financiación de la ONU y países donantes- la Academia comenzó a trabajar con caballos ejercicios de auto-reconocimiento de su cuerpo y de sus deseos. Ulises, un percherón pardo, ya no camina con pasitos ridículos para agradarle al patrón, ha comprendido que sus fuertes piernas y su gran velocidad son más para recorrer y conocer el mundo que para taconear sobre tablados en busca del cariño de algún traqueto. Se convirtió en monitor de los más nuevos. La apertura de esta área le ha traído al Gato repetidas visitas de los “rotguailers”.

Pero un día El Gato recibió un nuevo reto. Uno que le ha complicado la vida en grado sumo. Que lo hizo internarse en bibliotecas, iglesias, divanes y hasta movimientos políticos. Un asunto más complejo que el de James, el doberman café que había sido educado por su amo para sostener relaciones sexuales con él cuando su esposa salía de viaje (la esposa de James, claro, que es modelo canina; su amo no es casado).

Este asunto nuevo superaba mil veces el caso James. Lo recibió una tarde en su oficina, mientras jugaba con un mico entrenado para robarle los huevos y la leche al tendero. La secretaria le pasó la carpeta con los datos del nuevo aspirante. El Gato leyó la descripción de la situación del animal sin notar que el mico le sacaba la billetera de su chaqueta.

“Domesticación total. Chantajes con juguetes, alimentos, afectos y seguridad. No hay golpes. El animal es obligado a sostener relaciones sexuales periódicamente con su amo. También a atenderlo –traerle el periódico, lamerle la oreja, encontrar sus zapatos cuando está de afán-, aparentar escucharlo y evitar ruidos. Castigo más común: humillaciones públicas y privadas. Premio más utilizado: collares lujosos, visitas largas al salón de belleza, horas de sol. En exposiciones y eventos públicos siempre es alabado y felicitado. Exigencia actual para efectos reproductivos, se reporta uso de procedimientos médicos (ojo: ¿¿posibles torturas??, ¿¡laboratorio!?). El amo no muestra ningún interés por la desdomesticación, la paciente recibió ayuda secreta”.

Repugnado, enfurecido, lacerado en su más hondo sentimiento de lucha por los Derechos de las animales, Guillermo salió de su oficina para hacer entrar de una vez por todas a ese pobre animal. Permitirle un camino nuevo de dignidad y libertad. Desde el pasillo, mirando rápidamente la sala de espera, el Gato la llamó por su nombre.

Katia no mostró mejorías significativas durante su primer año en la escuela. Han tenido que recurrir a los más grandes gurús de la desdomesticación animal y hasta de la sociología moderna; hay aspectos que están en discusión acalorada porque a la paciente y a algunos expertos les parece que no son dispositivos de domesticación sino de animación, algunos asesores han sufrido crisis nerviosas sorpresivas. La junta asesora declaró al Gato impedido para trabajar en este caso dado el alto grado de subjetividad y emocionalidad con que lo estaba manejando. Ella es, por obvias razones, la más atrasada y turbia de toda la Academia: es la única humana.

Su más grande avance se evidenció hace tan solo una semana: Katia ha comenzado a tramitar el divorcio definitivo del Gato, luego de 12 años de matrimonio, y se enamora exponencialmente de Ulises, el percherón libertario.
“El error es decidirse”.
Juan José Arreola. La disyuntiva.


Antes de salir de su pequeño apartamento en el centro de la ciudad, María revisó que el maquillaje estuviera perfecto. A punto. La pestañina adecuada, las sombras indicadas para los zapatos y el bolso, y la base que, además de ocultar algunos recuerditos de malas noches, resaltaba su poderosa piel canela.

Hermosa.

Justo antes de entrar al metro, una mirada de calor intenso la condujo desde dentro. Un muchachito pálido de cabello largo y arete en los labios. Mucho menor que ella: perfecto. María intentó conectar sus ojos con los negros del amado y así comenzar la buena noche de un mal día. Mas fue obligada al silencio. Ese silencio corrosivo de presencia negada, de ojos de inexistencia, de tal desprecio que ni la mirada se es merecida. ¿Para qué la invitó, entonces? ¿Por qué rechazarla después sin siquiera una palabra? ¿Fue el largo de la falda? ¿El color del cabello? ¿Esos benditos zapatos, quizá? Esta luz neón, azulosa como una morgue o cualquier mañana plateada, no la favorecía del todo. Eres mujer de ambarinas luces, indefinibles luces.

Hermosa mujer.

Algunas estaciones más adelante, mientras su mente regresaba por las noches de hambre y frío (esos inviernos crudos, caldo de cultivo para poetas, desgracia para sobrevivientes), mientras veía la lluvia caer sobre el malecón a 100 kms. por hora, ella sintió un nuevo calorcito a su lado. Lo vio en el reflejo de la ventana.

Delicioso.

No quitaba los ojos del escote de María. Casi ni respiraba. Ella vio los labios del muchacho irse enrojeciendo con delicada ansiedad. Casi ni respiraba. Gozaba del sutil contacto de sus caderas y este insoportable ardor cuando los muslos medio se rozan con alguna sacudida del metro. Su saliva parecía estar poseída por sus deseos, le recorría la boca, arañaba el esófago, lamía sus intestinos con total impiedad. El vaho del muchacho alcanzó su clavícula desnuda.

Delicioso hombrecito.

Tenía miedo de verlo a los ojos. ¿Y si él también extinguía su mirada? ¿Serían los lentes de color violeta? ¿La base no habrá sido suficiente? Aunque experta en decepciones, rogaba que esta noche no. Giraste el rostro con inquietante suavidad, y al frente, firmes y leales, un par de ojos ámbar que viraban a rojo. Dos segundos que fueron, sin tiempo, y María, mujer, sintió a su viejo pene ponerse duro bajo la falda de paño lila mientras el muchachito pronunciaba, ya, las primeras caricias.