segunda-feira, 11 de agosto de 2008

UNA BANDERA

“Teniente coronel
-Yo soy el teniente coronel de la guardia civil.
Sargento
-Sí
Teniente coronel
-¿Tú, quién eres?
Gitano
-Un gitano
Teniente coronel
-¿Y qué es un gitano?
Gitano
-Cualquier cosa”.
Federico García Lorca. Cuatro banderas.


Ya está todo preparado. Los hombres necesarios, los planes perfectos, los contactos hechos. Ahora tienen las armas más modernas, la información sobre cada movimiento y cada respiración de los enemigos. Ya el odio está bien abonadito, hasta ha florecido en la mirada de los soldados.

Todas las plegarias han sido elevadas. Todos los dioses están armados y listos, cual michines en gavilla. Empacada la gasolina que purificará cualquier alma malvada y cualquier evidencia incómoda, ¡señor!

Las cartas de heroica despedida ya están escritas y en el correo. Ya han castigado a sus hijos por última vez, por si la muerte los premia, que sus crías no olviden la figura del padre. Y han violado a sus esposas y hecho el amor a sus amantes, por si se pierde la sensibilidad en ese pedazo de carne que es el principio y fin de sus masculinidades.

El General se persigna, besa la medallita de Nuestra Señora que tiene clavada en su solapa junto a la condecoración por más guerrilleros asesinados. Por fin decide llamar a un soldado, el más destacado de la Brigada, y le da la orden para que la transmita al Coronel encargado.

-Ataquen, dice.
-Invadan, se excita.
-¡¡Destruyan!!
-Sí señor -dice el soldado-. Da media vuel’ y corre para llevar el mensaje.

Cuando lleva cinco metros se detiene, se voltea y desde allá le pregunta al General (que está distraído repartiendo escrituras con el presidente).

-Perdón Mi General, ¿y para qué?

El General Bayoneta, 40 años al servicio de la Patria, excelentísimo alumno de la Escuela de las Américas, discípulo de Videla y de Pinochet, experto en anticomunismo, entrenado junto a Osama, profesor predilecto de los Masetos, de las Convivir y de los jóvenes comandantes nuevos, compañero de tiro y de traba del que siempre tira fijo –que debe ser su enemigo-, y celador personal del presidente y los otros hacendados…:

-Soldado, recuerde que usted no puede hacer ese tipo de preguntas, pero dada la magnitud del día de hoy, le voy a contestar: para ganar la guerra, hijo, para reducir al enemigo.

Y el soldado, capullito de alelí virado en flor carnívora…
-Sí, Mi General, eso ya lo sé, pero ¿para qué?

El General Bayoneta nunca se había tenido que enfrentar a una pregunta tan compleja, tan subversiva. Intenta responderla pero siente escalofrío. El presidente, entonces, entrenado cazando sindicalistas en el Urabá, soberbio principito de las tierras del norte, se adelanta y con la mirada rabiosa dice:

-¡¡¡¡¡¡¡¡Para libertar a esta patria de Dios, soldado, del yugo maldito que nos atormenta!!!!!!!! Y vaya ahora mismo a trasmitir la orden que le dio su comandante.

El soldado, entonces, tembloroso retoma el camino debido… Pero la felicidad de la nación no duró más de tres segundos. Nuevamente se detiene y con total calma gira la cabeza en dirección a sus divinos comandantes.

Entonces la lengua del General se hincha, los labios se le inflaman y le pesan. Sabe que la del soldado es una pregunta sin fin, que después de esa vendrá otra... Y eso sí lo hace entrar en pánico, es una de las torturas que nunca aprendió a manejar. Los ojos se humedecen y el corazón se desorbita. Comienza Bayoneta a temblar y a golpear el piso, y tras él el presidente, los comandantes, los ministros, los coroneles, mayores, capitanes, tenientes y toda la militarada. Como un dominó que no se detiene hasta que la última ficha haya caído. Todas las fichas verdes. Todo en un tenebroso silencio de lenguas inflamadas.

El soldado observa y no evita su cara de asombro mientras ve a esos guerreros, sus héroes, caer deshojados. Hasta aquel civil que el día de su posesión declaró orgulloso ser el primer soldado de la patria: no el primer trabajador social, no el primer estadista. El primer soldado también cayó preso de aquel terrible acto terrorista.

“Descomunal bandada de solicitudes de divorcios al interior de las Fuerzas Militares: debe ser que nuestros esposos se volvieron maricas, ¿qué más?”, informa un diario sensacionalista la mañana siguiente. Algunos hospitales reportaron haber recibido a muchos de ellos aún hinchados, con pesadillas repetidas, alucinantes, llorones, desvalidos.

Dos días después quedan algunos hombres tendidos en el piso del Batallón; los más radicales, los más patriotas. Otros se han marchado despavoridos, pero, por lo leído en el diario, no se han mejorado. En la misma sala donde todo ocurrió, el sargento más viejo y experto del ejército nacional se comienza a recuperar del shock... En silencio se arrastra hasta su arma y, aún temblando y jetinchado, le apunta al entrecejo del soldadito... Pero ¡¡¡vaya contradicción!!! Nadie le ha dado la orden de disparar.

Otra noche y otra mañana, y el soldado descamisado sigue allí, impávido y satisfecho, mirando a los ojos al cañón impotente. ¿Por qué no se ha ido? El Sargento llora y tiembla, pero no es capaz de apretar el gatillo. Nunca en su vida ha tomado una maldita decisión. Porque no ha perdido la fe de una respuesta, porque su orgullo es mayor (al fin y al cabo es “el soldado más destacado”).

Al fin el Coronel Uvita abre un ojo y vocifera la orden. El Sargento sonríe y le dispara al joven soldado insurrecto que lee Quino en voz alta y come habas tostadas. La bala reventó el corazón, a pesar de haber entrado por el medio de sus ojos asustados.

El tronido del disparo y la ausencia de la voz suvecita de Mafalda despertaron al Presidente.

-Señor Presidente –dijeron en coro el Sargento y el Coronel, poniéndose firmes-: hemos dado de baja a ese maldito narco-bandolero terrorista.

****

... y el presidente corrió a donde el muchacho y lo abrazó y le rogó que se mantuviera vivo, que un soldado de la patria siempre merecía otra oportunidad de demostrar su lealtad y su hombría... y lo abrazó y le susurró el himno nacional al oído y él mismo le acarició el corazón y las pieles rotas y llamó a cardenales, pastores y culebreros para que obraran el milagro y lo convenció de mantenerse vivo y así fue hasta que le dieron de alta en el hospital...

“Tras cinematográfica hazaña liderada por Inteligencia Militar, fue retomado el orden democrático y la justicia en nuestro bello país”, tituló el diario Cronos, pasquín oficial de distribución nacional. “Volvieron con todo, otra vez son los animales que extrañábamos”, comentó la presidenta de Asomujorgupososmil –asociación de mujeres orgullosas de sus esposos militares- en entrevista exclusiva para el semanario Músculo.

Por orden directa de una gran consulta popular, el muchachito revoltoso, una vez recuperado, fue sometido a comunitaria lapidación con piedritas que no superaron los cinco centímetros en su parte más ancha, con el fin de que confesara quién lo había entrenado y repitiera de memoria la cartilla del hombre bueno, patriota y trabajador. Aún sigue vivo, los que se acuerdan lo mantienen así.