segunda-feira, 6 de outubro de 2008

“El error es decidirse”.
Juan José Arreola. La disyuntiva.


Antes de salir de su pequeño apartamento en el centro de la ciudad, María revisó que el maquillaje estuviera perfecto. A punto. La pestañina adecuada, las sombras indicadas para los zapatos y el bolso, y la base que, además de ocultar algunos recuerditos de malas noches, resaltaba su poderosa piel canela.

Hermosa.

Justo antes de entrar al metro, una mirada de calor intenso la condujo desde dentro. Un muchachito pálido de cabello largo y arete en los labios. Mucho menor que ella: perfecto. María intentó conectar sus ojos con los negros del amado y así comenzar la buena noche de un mal día. Mas fue obligada al silencio. Ese silencio corrosivo de presencia negada, de ojos de inexistencia, de tal desprecio que ni la mirada se es merecida. ¿Para qué la invitó, entonces? ¿Por qué rechazarla después sin siquiera una palabra? ¿Fue el largo de la falda? ¿El color del cabello? ¿Esos benditos zapatos, quizá? Esta luz neón, azulosa como una morgue o cualquier mañana plateada, no la favorecía del todo. Eres mujer de ambarinas luces, indefinibles luces.

Hermosa mujer.

Algunas estaciones más adelante, mientras su mente regresaba por las noches de hambre y frío (esos inviernos crudos, caldo de cultivo para poetas, desgracia para sobrevivientes), mientras veía la lluvia caer sobre el malecón a 100 kms. por hora, ella sintió un nuevo calorcito a su lado. Lo vio en el reflejo de la ventana.

Delicioso.

No quitaba los ojos del escote de María. Casi ni respiraba. Ella vio los labios del muchacho irse enrojeciendo con delicada ansiedad. Casi ni respiraba. Gozaba del sutil contacto de sus caderas y este insoportable ardor cuando los muslos medio se rozan con alguna sacudida del metro. Su saliva parecía estar poseída por sus deseos, le recorría la boca, arañaba el esófago, lamía sus intestinos con total impiedad. El vaho del muchacho alcanzó su clavícula desnuda.

Delicioso hombrecito.

Tenía miedo de verlo a los ojos. ¿Y si él también extinguía su mirada? ¿Serían los lentes de color violeta? ¿La base no habrá sido suficiente? Aunque experta en decepciones, rogaba que esta noche no. Giraste el rostro con inquietante suavidad, y al frente, firmes y leales, un par de ojos ámbar que viraban a rojo. Dos segundos que fueron, sin tiempo, y María, mujer, sintió a su viejo pene ponerse duro bajo la falda de paño lila mientras el muchachito pronunciaba, ya, las primeras caricias.

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