domingo, 1 de junho de 2008

PLEGARIA A TI EN NOMBRE DE MI PLACER

Amado amigo, confianza suprema, silenciosa compañía:
Tú, que tantas maledicencias has padecido, que tantas injurias has tenido que soportar sobre tu divino nombre; tantas torturas y martirios que elegiste con el objetivo único y sublime de cuidar de nos. Sólo tú sabrás comprender mis plegarias y apaciguar las angustias que me devoran cual pequeña barca en la más terrible de las tormentas.

Esta noche dedico mi vida a contemplarte con el corazón henchido de gozo como lo enseñó San Juan de la Cruz, y en medio de mi soledad te alabo en dulces encomios, ya que en estas largas horas no tengo manera de acceder a tus promesas. La pared de esta triste celda es testigo y confesión de mi penuria, y mi brazo, invadido y cansado, se ha convertido en artífice de compañía y en delator de mis yerros. Esta es mi paupérrima condición.

En algunas jornadas me he olvidado de ti, dolorosa verdad, he mentido y faltado a tus leyes y confieso acá que no ha sido por ignorancia:
Es la profusa debilidad de la carne humana, ¡Perdón!
La inconsciencia producida por brebajes místicos, ¡Perdón!
Celebraciones lúbricas plagadas de hierba del sátiro insomne, ¡Merezco!
Mas con el radiante saludo del día comienzan el castigo y la penitencia. Oh, pobre de mí en estas horas de purgatorio, cuando no bastan el recuerdo de la saliva derramada ni las geografías ardientes en avalanchas de gemidos, ni suficiente es la añoranza de los divinos pozos que a este pobre le ofrendaron el más fecundo maná... Nada basta para ahuyentar la angustia.

Tardes enteras inundadas de arrepentimiento, mis espaldas sangrantes por el látigo terrible de la incertidumbre, y la contundente benevolencia tuya que no hace más que agudizar mi traición. Sólo con la rutina de la aguja, la pública expiación, el pago con sangre y el dictamen último se libera el corazón de tanto sufrir. O se condena. Esta dolorosa espera por tus dictámenes es el más cruel, el más aleccionador de los castigos.

Sí, he faltado. Y del peor de los modos. Soy débil, impulsivo, proclive a la alquimia de las colmenas. Sólo Tú, omnipresente albor, puedes salvar esta alma insurrecta que circula delirante por el mundo como los reflejos de una bola de espejos. En ti abandono mi espíritu siempre hambriento de placeres, lo juro; mas salvadme esta noche de la terrible enfermedad, de la parca, de la tenebrosa dependencia a terapéuticas empíricas y, si fuese así tu voluntad, de la detestable paternidad.

Perdonad mi demasiada humanidad, mis flaquezas y engaños. Perdonad lo pasado, te imploro, porque con tu compañía el futuro será otro. Mantened, sí, tu elástica presencia en este suculento cuerpo, que yo os guardaré como el camino y la vida. Dadme siempre los dones ultra estimulantes que tantos agradecimientos a Dios han provocado. Regaladme, henchido de generosidad, vuestras caricias retardantes en esta vida precoz que me agobia. Favorecedme, en vuestra inmensa solidaridad, con aquellos frutos de piel rugosa y dulzores hermosamente artificiales, y, por último, bendecidme, oh vener(e)adísimo hermano, con aquella azarosa inefabilidad que funda el misterio de tu existencia.

Amén.

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